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El Nuevo Herald (Artes y Letras), domingo, 24 de febrero de 2013 © William Navarrete

Jenny Alfonso Relova: una artista singular

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En 1995, Jenny Alfonso Relova decidió poner mar por medio entre su pasado y su futuro. Salió definitivamente de Cuba y comenzó una vida de peripecias que la llevó a Londres, Madrid, París y, finalmente, a Sospel, un pueblo de los Alpes franceses, en donde vive y trabaja desde hace siete años.

Nacida en La Habana, en 1976, pudo constatar con sus propios ojos las oportunidades y, sobre todo, la libertad con la que se podía vivir y trabajar fuera de los estrechos marcos de la sociedad cubana de hoy. “Cuando tenía once años mi padre obtuvo un puesto oficial en Londres, y nos fuimos a vivir a esta ciudad hasta que cumplí trece”, nos dice. “De regreso a la Isla, ya había caído el muro de Berlín, el mundo estaba cambiando y mi país seguía en las mismas condiciones de inmovilismo en todos los sentidos. Enseguida me di cuenta de que no podía adaptarme a ese estrecho marco establecido por un régimen que aplasta todo lo que se salga del molde comunista”.

Antes de salir de Cuba, a Jenny le correspondió someterse, en contra de su voluntad, a ese molde. Vinieron los años en que la policía la paraba cada cien metros, y le pedía la identificación, simplemente por ser joven y vivir en El Vedado, zona céntrica de La Habana, en donde se hallaba la mayor cantidad de turistas, fruto de la nueva política de apertura del país al turismo de masas occidental. También tuvo que estudiar becada en el campo porque el gobierno decidió eliminar los institutos de enseñanza preuniversitaria de las ciudades. “Ese sistema me robó la adolescencia”, concluye. “Todavía ignoro las razones por las que después de mi última fiesta de cumpleaños celebrada en mi casa, en La Habana, me detuvieron y me encarcelaron, sin motivo aparente alguno”.

Pudo salir para Inglaterra a los diecinueve años, gracias a gestiones de amigos y familiares. Una vez establecida en Londres comenzó estudios de Diseño y Decoración de Interiores que tuvo que interrumpir más tarde: las autoridades británicas le habían negado la solicitud de asilo político. “Recuerdo que un oficial británico de emigración tuvo el descaro de afirmar que Cuba no era una dictadura”. Con un negativa de asilo en una mano y una tarjeta de identidad falsa que le prestó amiga española, en la otra, huyó de Inglaterra. “Las islas, sin dudas, no estaban en mi destino”, ironiza.

Madrid se convirtió en su próxima residencia. Allí trabajó muy duro para sobrevivir, en precarios trabajillos, mientras continuaba sus estudios que, finalmente, pudo terminar después. Sin embargo, algo en su fuero interior le decía que tenía que llegar a París y vivir la experiencia de residir en la capital de Francia.

Cuando en 1998 obtuvo la ciudadanía española dirigió sus pasos hacia París. En España había pintado poco, pero en la capital francesa se apoderóde ella la fiebre creativa. Realizó una primera serie de obras en la que utilizaba elementos que, de alguna manera, expresaban partes fraccionadas de su identidad. Mezclaba arenas traídas por amigos de las playas cubanas, con hojas, ramas secas de árboles de la Isla, granos de frijoles negros, etc. “Cuba volvía sin cesar a mi mente y sentía que tenía que plasmar de alguna manera mis recuerdos para extirparlos de una vez y pasar a otra cosa”, recuerda.

Fue en ese momento en que tuvo deseos de tener una bandera cubana y ante la imposibilidad de adquirirla en una tienda decidió fabricarla con retazos de sus jeansusados y raídos durante sus andanzas por Europa. El resultado fue Mi bandera, una obra que puede ser considerada emblemática de sus inicios como artista independiente. Poco después, en 2000, decide fundar una asociación de artistas cubanos en Francia llamada Lézard cubain. “Quise utilizar mis contactos y conocimientos para provecho de una pequeña comunidad de compatriotas que se había formado”, afirma. Es de las que cree que se avanza mejor en grupo que solo y aquella asociación sirvió para dar un marco de existencia legal al trabajo de artistas cubanos que vivían circunstancias disímiles, pero cuyo denominador común era la dificultad de abrirse paso en un medio que, en ocasiones, se volvía hostil.

La segunda etapa de la obra de Jenny Alfonso Relova corresponde a una apropiación de lo telúrico para expresar las infinitas aristas de su pertenencia a la tierra y de ésta a su esencia. “La Tierra se convierte en mi piel”, aclara. “Puedo, por ejemplo, utilizar el café del que logro un pigmento con el que embadurno mis lienzos”. La necesidad de apoderarse de las fuerzas naturales repercute en la serie de Mitologías griegas y prerromanas, a la que corresponden cuadros como Myrrha y Oceanide. Sabido es que civilizaciones mediterráneas de la Antigüedad consideraban cada fenómeno natural como un dios y valoraban las interralaciones entre estos, los hombres y el entorno.

Luego, en 2006, comienza la etapa que llamó “Fragmentación de la obra”. Son pedazos, fragmentos, partes del mundo que vivimos, que demuestran la esencia en la medida en que se trata de superposiciones de todo lo que nos constituye. “No somos íntegros. Somas más bien una superposición de elementos tangibles e intangibles, adquiridos con conciencia propia o heredados”, explica. En esta etapa deja que la mano esboce libremente sensaciones, un poco a la manera en que un electroencefalograma da puntadas según el ritmo interior. Retira todo lo que considera superfluo, hasta llegar a la esencia de lo que desea expresar

Jenny es un personaje infatigable. No contenta con una vida joven llena de peregrinaciones, se ha instalado en medio de la montaña, en las cercanías del pueblo de Sospel, en los Alpes Marítimos franceses. Para llegar allí hay que atravesar puertos de más de mil metros, pues el pueblo se halla en el fondo de un valle, rodeado de altas cumbres, en los confines del Estado francés, muy próximo a las intrincadas montañas de los Alpes italianos. Pero Jenny no vive en el pueblo, sino en una casa en medio de parajes solitarios que corresponden a lo que los franceses han denominado Parque Nacional de Mercantour, un sitio que ofrece condiciones naturales idóneas, al punto que los lobos han vuelto a proliferar después de décadas en que se consideraban casi extinguidos.

La casa se halla en la montaña y el taller de creación en ese pueblo medieval, al pie del puente de piedra, único de su género en toda la región, porque desde épocas inmemoriales se pagaba un derecho de paso ya que se encontraba en la antigua Ruta de la Sal. En Sospel, la historia está impregnada en cada piedra, pues fue un sitio estratégico y en algún momento de la historia, su importancia era mayor que la de Niza, la actual capital del departamento. Allí ha nacido su hijo, ha adquirido la nacionalidad francesa y vive en contacto con la naturaleza. Grandes paneles solares acumulan la energía necesaria para el funcionamiento de la casa y los aljibes se ocupan de almacenar el agua de lluvia con el que se abastecen, sin necesidad de recurrir a los servicios públicos de agua y electricidad.

En el Artelier Habana, su estudio en Sospel, recibe a turistas que deseen tener la experiencia de dormir en un taller de artista. Mientras tanto, ha tomado cursos y ha aprendido a trabajar el vidrio, a transformar la lana de las ovejas y a modelar la cerámica. En Saorge, otro pueblo cercano, con las mismas características de aislamiento que Sospel, ha comprado una vieja casa medieval en ruinas que restaura poco a poco con el objetivo de fundar allí una residencia para artistas emergentes.

“El proyecto de La Tanière, nombre de esta futura residencia, surgió cuando entendí que debía compartir la grandeza del paisaje y de la vida que llevo con muchos artistas jóvenes que viven en ciudades y que no han tenido la oportunidad de aislarse para encontrarse a sí mismos”, nos dice. Jenny desea que durante el tiempo que estén en esta residencia gratuita puedan vivir momentos de introspección, fructíferos para sus obras futuras, a la vez que se interrelacionen con los restantes artistas residentes y con la gente de la montaña. Y aclara que desea que La Tanière “sea habilitada respetando al máximo el entorno natural: un sitio donde pintar, escribir, esculpir, imaginar, moldear, tornear o hacer un retiro creativo, según el deseo de cada cual”.

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